El soneto de Alzheimer

El soneto de Alzheimer

Introducción

¿Por qué un poema? Porque remite a los sentidos (no tanto a la razón): es sonoro; hay una música de la poesía. Porque remite a las imágenes: a veces no hay tanto lugar para los verbos, se detiene la acción y las imágenes quedan congeladas (fotografía).

Un soneto es un poema de cuatro estrofas: dos de cuatro versos y dos de tres versos; los versos son alejandrinos (de catorce sílabas) y hay rima entre el primero y el tercero, el segundo y cuarto verso de las dos primeras estrofas, primer y tercer verso de las dos últimas estrofas.

La forma restringe el contenido, lo que hay para decir, más allá de la demarcación principal del lenguaje. Las limitaciones son en la longitud del verso: poner todo lo que quiero decir en catorce sílabas (no lo seguí estrictamente), la sílaba es la unidad de longitud no lo es de sentido, una cuestión gráfica (cuando lo escrito se lee en silencio) y sonora (cuando lo escrito se recita y se comparte). Hay una musicalidad que viene de la rima, cuando lo que se quiere decir debe ser moldeado, amasado por las últimas palabras de los versos.

 

El colectivo viaja en el atardecer rojo

mi viejo, yo y afuera: frío de presencia

sonoro, el empedrado canta su despojo

melodía del traqueteo esquivando ausencia

 

Una sucesión de imágenes que pasan

de un padre constante, José y su olvido

una caricia, unas manos que amasan

un susurro, vida, instantes que dan sentido

 

Descarga fragmentada de un mundo querido

extraño observo el tenedor en la mano

¿para qué sirve? un ser de muerte herido

 

Enfermedad de la memoria, sin tiempo

los recuerdos se disuelven, iluminan

en la nada, en el pasado, en el viento.

 

Epílogo

Consigna de un árbol de la memoria, recuerdos de sentimientos, acompañados de una frase de humor negro: ¡Qué aburrido debe ser el árbol de un parapléjico con Alzheimer! Respuestas indignadas tendientes a “no decir” poniéndolo como una cuestión de respeto, de conservación de las buenas relaciones y de consideración para “el otro”.

Me remite al prólogo del Lanzallamas de Arlt cuando se le criticaba porque decían que escribía mal: “El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que los eunucos bufen”. Obviamente no soy Arlt, pero tomo la idea y ésta me lleva a mi abuela Isa: “A mí nadie me va a hacer callar” y agregó: “y menos vos mocoso”. Mi respuesta de adulto: “No te puedo hacer callar porque nadie debería hacer callar a nadie, pero ahora me vas a escuchar vos a mí y te voy a decir todas las cosas que tengo para decirte, las que te gusta escuchar y las que no, vieja de mierda”. Amo a mi abuela, que murió a los noventa y ocho años, a tal punto que constituye una de mis principales fortalezas. Incorporar el vínculo y hacerlo parte de uno mismo, la presencia que me va a acompañar hasta mi muerte y más allá de la suya (murió en 2015). No estoy sólo, hay otras presencias, muy importantes que me vienen del más allá.

Un recuerdo de infancia: un atardecer de invierno en un colectivo yendo de Parque de los Patricios al aeropuerto de Ezeiza, me trae la presencia constante de mi padre, la calidez del ómnibus lleno de gente, las calles empedradas del suburbio de Buenos Aires al inicio de los ’70.

Otro recuerdo más reciente: el mal de Alzheimer del otro abuelo de mis hijos, alguien muy bueno a quien quiero mucho (su presencia en mi escritura por primera vez, escribir como acto de amor hacia quienes amamos, decir que no vivieron para nada, en vano). Él era un artista del diseño, dibujaba con tiralíneas unas cosas increíbles, la tecnología, la computadora lo dejó fuera del mercado, sin trabajo, excelente fotógrafo, cuidaba mucho su salud, finalmente enfermó de la memoria. Mirar a los ojos a alguien que no recuerda quién es, tampoco recuerda a su interlocutor (nos despoja de nuestra historia de la cual ambos formamos parte). También me pasó con mi viejo a quien yo le contaba las historias que él me había contado de chico y no se acordaba.

F. Fabián Espósito

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