El teatro es un reducto donde se incendian los actores y las actrices

El teatro es un reducto donde se incendian los actores y las actrices

Juan Manuel -alias Agitaescenas, alias Juan Seré– desarrolla un procedimiento para escribir sus obras: arroja a actores y actrices al espacio de la improvisación en la orfandad más grande; allí  les va provocando, desde una especie de nada escénica, una gran desazón. Luego, en un trabajo creciente e intenso sobre el escenario, agita lo que allí se produce, hasta encontrar aquello que buscaba en sus visiones: la obra.

“No es que yo no haya tenido la visión de eso que va a suceder”, expresa mientras se cruza de piernas sobre uno de los escalones de entrada al Centro Cultural y Teatro La Rosa de Campana, en donde ensaya una de sus obras. “Lo que aparece en esa búsqueda de la actuación primordial de los actores, es su gravitación en el entramado de un mundo, el lugar que ocupan en ese espacio-tiempo que es mi primera visión. Ese entramado es mi punto de partida, a veces nada más que el nombre de la obra. Otras, es la obra completa que emerge como una aparición, como si se presentara a unos metros sobre el nivel del mar. O cuando estoy a orillas del océano, que es a donde voy a buscar mis visiones primordiales.”

La inmersión de Juan Seré en el mundo del teatro ocurrió cuando tenía 9 años, en su Zárate natal. Andrea, una joven diez u once años mayor que él, solía oficiar de niñera. Se dedicaba al teatro y ensayaba El jorobado de París de Cibrián y Mahler en el salón de los Bomberos Voluntarios. Allí, uno de los actores, Jony García Blanco, quien luego fue primer maestro de Juan, hacía la mímica del Jorobado.

“Yo estaba enamorado de mi señorita de tercer grado, la señorita Nancy”. Juan hace una pausa porque se emociona. Luego sigue: “Y ahí estaba yo viendo a Jony que hacía como que estaba atrapado… Y a mí me agarraron unas ganas locas de llorar. Me fui corriendo al baño a llorar en la oscuridad…”

El actor y director saborea el recuerdo y agrega: “Ahí fue que entendí que podía emocionarme por algo que no me estaba sucediendo a mí. Entendí de una manera muy rudimentaria la conmoción del trabajo del actor, que fue eso lo que me había provocado el llanto.”

No por casualidad (el Agitaescenas no cree en las casualidades, sino más bien en los “signos”), ese mismo año le habían regalado la colección de la Biblioteca de Oro de Anteojito; debido a esas cuestiones propias de las ciudades del interior ubicadas a 100 kilómetros de la gran urbe (Buenos Aires), allá por el año 1993 los objetos culturales llegaban con retraso. Fue así que el primer tomo que logró recibir fue el tercero, dedicado a Gustavo Adolfo Bécquer. Allí, en esa tapa roja con el rostro bellísimo del poeta en primer plano, el niño descubrió las rimas y leyendas que le inspiraron sus primeras declaraciones de amor, obviamente dedicadas a su señorita Nancy. Ese niño supo que su señorita ocupaba el lugar del amor y a ella estaban dedicadas sus paráfrasis.

“De alguna manera yo ya estaba haciendo lo que hago, intuí cuál era mi relación con la cultura, con mi trabajo”, afirma.

Por tanto, esa resultó ser una época en la que confluyeron en el espíritu de Juan varias conmociones en diferentes ámbitos, las que tomaron luego un mismo sentido: el enamoramiento de su señorita de tercer grado, el descubrimiento de la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, la emoción que despierta una persona actuando una escena.

 

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A los 18 años, como muchos jóvenes de Zárate y Campana, te mudaste a Buenos Aires para continuar tus estudios luego del secundario. ¿Cuál era entonces tu aspiración?

Fui a estudiar tentado por ser famoso, con el secreto revelado de transformarme en un actor de la primera plana televisiva. Lo que veía en la tele con mi mamá eran los productos de Adrián Suar y un poco ingenuamente mi aspiración era ser un Nicolás Cabré. Me había criado sin saber que existía el teatro independiente. No sabía que luego ese iba a ser mi lugar en el mundo, no estaba estimulada en mí esa curiosidad, a pesar de que yo empecé a hacer teatro a los 9 años. Porque yo no empecé estudiando sino haciendo.

 

Sin embargo, tu trabajo manifiesta un conocimiento profundo de técnicas y textos teatrales. ¿Cómo fue tu experiencia de aprendizaje?

Mi experiencia con la formación en la UNA (entonces IUNA, Instituto Universitario Nacional del Arte) duró cuatro años. Soy muy lento para aprender, mi proceso es tan personal que solamente puedo llegar a las cosas por impresión. Entonces sí aprendo, casi me obsesiono. Y ahí sí soy buen alumno. Rafael Spregelburd me recomendaba lecturas que yo no leía hasta que llegaba el momento adecuado en que yo las “descubría” a mi tiempo, porque no tengo la ambición de llenar el hoyo insondable de mi cultura.

 

¿Cuánto duró tu experiencia en la gran ciudad?

Me quedé dieciocho años y luego volví a mi Zárate natal con secretas misiones. Una: encontrar la poética del actor zarateño. Podríamos incluir a Campana y hablar de la poética del actor paranaense, una actuación que no reverenciara las formas de la unitaria capital federal, sino que encontrara en el río, en el bingo, en el Cadu, en el Viola, la posibilidad poética que transmitiera el gesto. Segunda misión secreta: devolver los nueve años de formación gratuita. Lo hice desde los reductos independientes, con la libertad absoluta que significa crear nuestro teatro.

 

Sin embargo, entre aquel rudimentario Jorobado de París y tu actual prolífico momento, hubo maestros y maestras que te abrieron a las misiones secretas.

El método o procedimiento con el que trabajo: arrojar a mis actores a la mayor de las orfandades y, desde allí, con la palabra improvisada en asociación libre o de cadáver exquisito, surja la gravitación de los personajes en la escena, lo experimenté con mi maestra Andrea Garrote. Y no puedo dejar de emocionarme al recordar la primera vez que vi actuar a Luis Machín, verlo prenderse fuego sobre el escenario. Porque seguimos pensando que el teatro es solo un escenario: el teatro es más, es un reducto donde se incendian los actores y las actrices.

 

¿Podríamos entonces vincular tus visiones, tu método, con una especie de mística teatral?

Sí, totalmente. Desde mi visión primordial, las obras nacen de la agitación de la escena misma, de la fascinación del trabajo de actores y actrices, el descubrimiento de cómo gravitan en el entramado que imaginé en un principio. Creo en ellas y me quedo con esas visiones que traen revelaciones importantes para mí y mi comunidad.

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